PIERO DELLA FRANCESCA
Piero di Benedetto dei Franceschi; llamado también Pietro Borghese
Borgo del Santo Sepolcro, h. 1416 - 1492
Federico de Montefeltro y Battista Sforza (1465 - después de 1472)
Gallería degli Uffizi, Florencia.
Piero della Francesca nació entre 1410 y 1420 en Borgo San Sepolcro, cerca de Perugia, y murió en el mismo lugar en 1492. Se quedó ciego los últimos cinco años de su vida y un lazarillo le llevaba de la mano a través de las calles de esta pequeña localidad de Umbría, Después de una época juvenil de formación en contacto con varios maestros sieneses, entró en relación con la corte de Urbino hacia 1445. El entonces duque de Urbino, Federico de Montefeltro, un viejo condotiero más o menos bandido, gobernaba sus estados como un príncipe ilustrado amante de las artes y las letras. El fue quien encargó el palacio de Urbino a Luciano Laurana, como hemos explicado ya en otro capítulo, y quien llamó también a Paolo Uccello, Piero della Francesca y Melozzo da Forli; además coleccionaba medallas y estatuas antiguas, y el propio Alberti pensó en dedicarle su "Tratado de Arquitectura", A esta época pertenece el primer grupo de las obras de Piero: el Políptico de la Virgen de la Misericordia, el Bautismo de Cristo (hoy en la National Gallery de Londres) y la Flagelación de Cristo, La primera de ellas le fue encargada por la Cofradía de la Misericordia de Borgo San Sepolcro y es probablemente la más antigua de las obras conservadas del artista, aunque reúne ya las que serán sus características esenciales: una dignidad y una calma impresionantes que derivan de una monumental colocación de las figuras en el espacio. La Virgen de la Misericordia, protegiendo bajo su manto a los devotos, reproduce un gesto usual en la iconografía del gótico internacional (tienen composiciones análogas el provenzal Enguerrand Charonton y el catalán Bernat Martorell), pero en Piero esta Virgen silenciosa, de una majestuosidad campesina, irradia sobre sus adoradores una paz admirable, llena de inefable seguridad. La Flagelación de Cristo, conservada aún hoy en Urbino, aparece como un fantástico ejercicio de perspectiva que utiliza elementos de la arquitectura de Alberti (no en vano Alberti, el gran arquitecto, había escrito unos años antes su "Tratado de la Pintura" en el que explica y divulga el gran invento geométrico de Brunelleschi). Pero aquí, Piero sitúa en el espacio cristalino definido por las columnas, los arquitrabes y el mosaico del suelo, unos personajes típicamente suyos, en los que ha reprimido su instinto apasionado, su amargura y su violencia para que queden sólo como monumentos llenos de dignidad en un espacio increíblemente sereno.
Pueden fecharse en torno a 1465, durante la estancia del pintor en Urbino. Piero estuvo en contacto con el arte umbro y el sienés, pasando después a Florencia, donde fue alumno de Domenico Veneziano. En esta ciudad adquirió los principios de la perspectiva creando una síntesis entre la forma y el color, con ciertos toques luminosos de gusto flamenco. Sus pinturas dejan traslucir una visión abstracta, estática y profundamente interior de la vida.
La mejor expresión de esta visión son los retratos de los duques de Urbino, Federico y Battista. Llama poderosamente la atención luminosidad del paisaje, inmerso en una transparente atmósfera, en la que el agua y cielo son casi líquidos. En medio se yergue, sólidamente recortado como una arquitectura, el busto del duque con su perfil en plena forma plástica revestida de color rojo. Por otro lado, el rostro pálido y delicado de Battista se recorta sobre el cielo, como una abstracción de la forma humana, concretada por el contraste de los detalles. Las perlas, el tocado, realizados con gusto flamenco, acentúan la femineidad abstracta de la duquesa.
En la parte posterior de los retratos se han pintado los correspondientes triunfos con recuerdo petrarquesco. En el de la duquesa -que aquí se reproduce-, los caballos blancos y los unicornios llevan los carros cargados de honor y de virtudes sobre el fondo limpio del paisaje, velado por la niebla y la luz. Aquél parece una abstracción, como si los objetos se hubieran paralizado, ante el paso de las carrozas triunfales de los duques de Urbino.
Kenneth Clark escribió: "Es la obra más mozartiana de Piero, en la que cada centímetro de la pintura constituye un goce para los ojos, y algunos paisajes están ejecutados con un toque de piedra preciosa no igualado por nadie salvo, acaso, por Watteau".
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